Nunca antes se vio a un director de la Policía ir de destacamento en destacamento llevando la buena nueva de una reforma policial, tratando de convencer a oficiales superiores, subalternos, clases y alistados de que no le deben temer a los cambios que traerá, pues lo que se procura es fortalecer la institución, elevar la calidad de vida de sus agentes con mejores salarios, planes de salud, viviendas y educación.
Un discurso que, a decir verdad, le compraría cualquiera y no solo los miembros de la Policía, a los que el mayor general Edward Sánchez también les recuerda su obligación de cumplir la ley y respetar los derechos humanos. Sé que mucha gente está ya pensando que esas arengas les entrarán por un oído y les saldrán por el otro, que tan pronto su director dé la espalda las cosas seguirán igual, pues la corrupción sistémica que ha hundido la institución en el descrédito no va a cesar con discursos motivacionales ni sus agentes dejarán de darle pa’bajo a los presuntos delincuentes.
Pero, eso es algo de lo que el director de la Policía debe ser consciente, como estoy seguro que sabe también que los principales enemigos de esa reforma son los beneficiarios más directos de esa corrupción institucionalizada, que por estar ahí dentro y controlar sus estructuras operativas tienen capacidad para boicotearla como boicotearon la “reforma” que promovió el PLD y que nunca pasó de los titulares de los periódicos.
Todo eso nos está diciendo que la tarea de cambiar la Policía será difícil, complicada y que tomará su tiempo, pero eso no quiere decir que sea imposible, sobre todo si existe voluntad política de llevarla hasta el final.
Y ojalá que así lo crea también el Grupo de Trabajo para la Transformación de la Policía, que encabeza Servio Tulio Castaños, el de Finjus, quien ha prometido que en un plazo de cuatro a seis meses se estarán presentando al país resultados concretos en relación con ese proceso. Que así sea.