No es la primera vez, ni tampoco la última, que la religión es utilizada como medio de enriquecimiento ilícito, pues proporciona una excelente cubierta para enmascarar cierto tipo de delitos dada la naturaleza de sus actividades y las personas involucradas, que se presumen fuera de toda sospecha.
Ignoro, por razones obvias, si quienes diseñaron el entramado delictivo y de lavado de activos a través del cual, según el Ministerio Público, se defraudó al Estado dominicano por más de tres mil millones de pesos lo calcularon tan fríamente, pero funcionó con tanta eficacia, a juzgar por los resultados, que eso es lo que menos importa.
Efectivamente, las actividades religiosas y económicas (¿o debería invertir el orden?) entre el mayor Adán Cáceres Silvestre, exjefe del Cuerpo de Ayudantes Militares del expresidente Danilo Medina, y la pastora Rossy Guzmán fueron enormemente lucrativas, como evidencian los hallazgos de la PEPCA.
Pero no resultaron así gracias al poder de sus oraciones y sus buenas conexiones con el Señor, sino a un esquema de defraudación del Estado dominicano extraordinariamente simple, que solo pudo ser posible debido a la falta de controles y fiscalización con que manejan el dinero público los organismos militares y sus incumbentes.
Falta saber si luego de quedar al desnudo la verdadera naturaleza de esa asociación, la pastora Rossy Guzmán seguirá sosteniendo en los tribunales que su relación con Adán Cáceres y el Cuerpo de Ayudantes se limitaba a satisfacer las “necesidades espirituales” de sus miembros, como declaró en el interrogatorio que le practicó el Ministerio Público.
Esas “necesidades espirituales” empezó a satisfacerlas, según lo que explicó, con oraciones que el Señor atendía raudo y veloz; y tantos fueron sus beneficiarios, y tantos los milagros que les cayeron del cielo, que a partir de ahí “vengo involucrándome en el área espiritual (¿?) del Cuerpo de Ayudantes”. ¿Alguien se anima y dice amén?