Néstor Estévez
Con solo escuchar “la quema”, es mucha la gente que piensa en “Kiko”. Y no es extraño que así ocurra. Pues durante los últimos meses y especialmente, en los últimos días hemos tenido “Kiko la Quema” para largo.
Es el caso de un hombre que, según ha trascendido, vivió hasta sus cuarenta y cinco años, y quien ha dejado una estela de comentarios y sensaciones que trascienden a su natal Cambita, a la provincia San Cristóbal y lo más seguro, más allá de nuestras fronteras marítimas y terrestres.
De José Antonio Figuereo Bautista, conocido como “Kiko la Quema”, se dice tanto y corren tantas versiones que resulta complejo establecer una frontera clara entre mito y realidad.
El hombre llegó al punto más alto de fama (muy mala) cuando, en noviembre recién pasado, en el encuentro conocido como LA Semanal, el presidente Abinader le exhortó entregarse y lo calificó como “top one” en la lista de desaprensivos.
Las autoridades, especialmente la Policía, se han referido a Figuereo Bautista como un delincuente buscado por liderar «una poderosa estructura criminal» dedicada a traficar drogas y al manejo de armas de alto calibre. En su récord se incluye haber cometido homicidios, robos, secuestros, sicariato, microtráfico, cobros compulsivos, extorsión, tráfico de armas, invasión de terrenos y lavado de activos.
En adición a ello, se le atribuye un historial como depredador sexual de chicas menores de edad. Se dice que “Kiko la Quema” acostumbraba a pagar a tutores de adolescentes determinadas sumas de dinero para sostener encuentros sexuales con ellas.
Según la Policía, durante un operativo en su búsqueda por las zonas montañosas, localizaron a una adolescente de 14 años que se encontraba embarazada del hoy occiso. De hecho, se ha reportado que otra adolescente, de quince años, con quien según se dice tenía una relación sentimental, lo acompañaba en el momento en que fue ultimado por agentes policiales.
Aunque las autoridades ofrecen esos referentes, después de su muerte, y fundamentalmente durante su velatorio y sepultura, personas de Cambita lo definieron como una especie de benefactor (¿Será un asunto de provincia?) y protector de su comunidad.
Para gente que ha llegado al punto de desafiar hasta al propio Presidente de la República, “Kiko la Quema” era una adaptación criolla de «Robin Hood». Según cuentan, “La Quema” los protegía de la delincuencia común y no falta quien testimonie que el hombre se encargaba de comprarle medicamentos y alimentos.
Y, no faltaba más, también ha trascendido que agentes policiales estaban a su servicio y eran valiosos aliados del “benefactor cambitero”, incluyendo desde alistados hasta uno –según lo dicho hasta el momento- con rango de teniente coronel.
¿Cuánto de mito y cuánto de realidad hay en el caso de “Kiko la Quema”? ¿Es el único caso de ese tipo en el país? ¿Se trataba de un caso aislado o es expresión de ciertas maneras de operar? ¿A quién o a quiénes responsabilizar de actuaciones de ese tipo? ¿Cuáles manifestaciones de la sociedad estimulan ese tipo de conductas? ¿Con su muerte concluye todo?
¿A quién o a quiénes corresponden responsabilidades relacionadas con permitir, normalizar y hasta estimular ciertas conductas desviadas que propician el inicio de carreras delictivas? ¿Es solo “asunto de las autoridades”?
¿Cuánto tiene que ver la familia? No digo que sea el caso. No me consta. Pero, ¿cuánto tiene que ver el hecho de concederle “todo lo que no tuve” para que mi pequeño sea feliz? ¿Cuánta responsabilidad tiene un medio de comunicación que no mide las consecuencias de sus mensajes? ¿Termina estimulando esto quien hace negocios con disfraz de político? ¿Lo hace el empresario que solo ve utilidades? ¿Cuánto tiene que ver una educación que asume y promueve como gran meta “conseguir dinero”? Si fuera una evaluación, ¿quién la quema y quién la aprueba?
Alguien podría considerar que me he excedido con preguntas. Pero si no nos las hacemos y si tampoco encontramos adecuadas respuestas, como dicen que dice por ahí, “podrían venir cosas peores”.