César Duvernay
Bien dicho
Con su afirmación de que el primer ministro de Haití Ariel Henry no era bienvenido en República Dominicana, el presidente Luis Abinader deja claro cuál es el rol que el país pretende, o más bien el que no pretende jugar en la terrible crisis que sacude a la vecina nación.
La decisión del gobierno dominicano de no dejar aterrizar la aeronave que la semana pasada trasladaba a Henry desde New Jersey, EUA, ha sido aplaudida por la sociedad que pondera la firmeza del mandatario ante lo que sin dudas era una trampa mayúscula para quien sabe qué planes.
Las razones de seguridad nacional que adujo Abinader son válidas toda vez que de haberse permitido la llegada sin un plan de vuelo definido y bajo “estadía indefinida”, es decir, sin fecha de salida, no solo habría sido un elemento perturbador por lo que el premier haitiano significa para los grupos en pugna, sino que nos involucraría en un problema que, aunque carguemos con las consecuencias, no es nuestro.
Hace unas horas los gringos volaron hasta Haití para evacuar a una parte de su personal diplomático. Una operación donde si hubieran querido, pudieron haber llevado a Ariel Henry que está en Puerto Rico, pero no, donde ellos lo querían era en República Dominicana sin importar lo que eso pudiera significar (en todos los sentidos) para nosotros.
Por tanto, la respuesta firme, valiente, responsable y nacionalista de Luis Abinader, muy propia de veteranos de Estado, es lo más parecida al “a quien pueda interesar” de las correspondencias y manda un mensaje inequívoco para aquellos que con malas intenciones y agendas ocultas no terminan de entender que no hay ni habrá una solución dominicana para el problema haitiano.