Por: Claudio Acosta
Encontrar en este país, donde los demagogos florecen silvestres por todas partes, un político que no hable mentiras o que no prometa lo que sabe no va a cumplir parece tarea casi imposible, mas que nada porque la mayoría considera las mentiras disfrazadas de promesas como armas eficaces para conquistar electores, aunque solo sea para conseguir sus votos y si te he visto no me acuerdo, como ha pasado ya tantas veces.
Lo que unido al rampante clientelismo ha deformado, corrompido y envilecido esas relaciones, algo que ya está lamentando nuestra democracia, a tal punto que la mentira se considera, sobre todo en tiempos de zafra electoral, algo tan normal y natural como las cervezas, el romo y los pica-pollo con los que se suele motivar a militantes y simpatizantes en los caravaneos.
Por eso sospecho que a muchos les habrá sonado a poesía, como algo que suena bonito pero que es preferible dejar entrar por un oído para que salga por el otro, la recomendación del expresidente uruguayo Luis Alberto Lacalle de que sean prudentes en la presentación de sus programas de gobierno, y no llenarlos de promesas imposibles de cumplir para no “envenenar” la vida democrática.
“Ser cortos en las promesas para ser largos en el cumplimiento”. Fue el consejo a sus pares dominicanos del político, abogado y periodista de 81 años, quien se encuentra en el país para participar en la cuarta edición del Encuentro Regional del Centro de Análisis para Políticas Públicas (APP) en el que estará como disertante.
Es ese un consejo que los políticos del patio agradecerán solo por cortesía y buena educación, como lo agradecemos también los ciudadanos. Que a decir verdad no estamos tan preocupados por los políticos mentirosos, que los tenemos a montones, como por los ladrones y corruptos, pues hasta ahora no hemos podido hacer nada para impedir que continúen robándose el país y su futuro con nosotros dentro.