En la Ruta

Sin dudas que “impuestos” encabeza la lista de las palabras más odiosas que puedan existir. De ahí que todo lo que tenga que ver con tributos tiende a no ser bien recibido por la gente, independientemente a que se sepa o no de que se trata, e incluso a sabiendas de que los ajustes sean necesarios.
Nuestro país requiere, no un parche, sino una reforma integral y profunda que organice tanto el tema fiscal como el tributario. De un replanteo que haga más eficientes las recaudaciones, mucho más eficaz el gasto, pero sobre todo, que reparta de forma más equitativa la carga.
La Ley 1-12 de Estrategia Nacional de Desarrollo lo establece para hacer sostenible la economía y lograr que el presupuesto sea autosustentable al margen de los empréstitos. Sin embargo, los intereses, la ausencia de consenso, el doble discurso y la falta de voluntad política, han abortado el proceso.
Solo que ante el hecho de una crisis sanitaria que ha devenido en una gran crisis económica, la reforma fiscal ya no aguanta más demora, porque postergar el reajuste pudiera hacer colapsar la situación. De ahí la importancia del planteamiento del Gobierno de iniciar un proceso que sincere la estructura, corrija las distorsiones, aborde lo relativo a la base impositiva, sanee lo referente a las exenciones y por encima de todo, que garantice la calidad de gasto. El escenario, aunque económico, es más bien de seguridad nacional, por lo que urge que todos los sectores se aboquen a un diálogo que posibilite el consenso y que el año que viene podamos tener ya resuelta la necesaria reforma fiscal para el bien de todos.