No hubiera sido necesario el presidencial boche, que los más cínicos, juzgando desde su condición, podrían calificar de hipócrita, sino fuera porque el afrentoso fantasma de la reelección, que en este país no duerme ni descansa, sacó su impertinente cabeza cuando apenas han pasado ocho meses desde que el PRM y el presidente Luis Abinader asumieron el gobierno en medio de la crisis provocada por la pandemia, algo parecido a recibir el timón de un barco en medio de una fuerte tormenta que nadie sabe cuánto durará ni donde –si antes no nos hunde un naufragio– iremos a parar arrastrados por sus vientos.
Y aunque no parece estar muy claro quién fue el irresponsable que, en el partido de gobierno, tiró la primera piedra, tan contundente fue la advertencia que todo el mundo en ese partido debería darse por aludido, pues si hay algo demostrado es que nuestros políticos, cuando están en el gobierno, le cogen tanto gusto que parecería que ya no pueden vivir sin estar disfrutando los dulces manjares del poder, por lo que se inventan cualquier pretexto para tratar de quedarse.
El presidente Abinader puede reelegirse porque nada se lo impide, pero empezar desde ahora a hablar de reelección faltando tantas cosas por hacer y demostrar es tan extemporáneo que parece una maldad, lo que no puede descartarse con la historia que arrastra el PRM.
Y a juzgar por su reacción, parece que el mandatario tampoco lo descarta, pues aunque no vivió ni sufrió en carne propia los efectos de aquellas garatas intestinas, tan virulentas y feroces que solo podían conducir a las recurrentes crisis divisionistas que conocemos, sabe muy bien que tiene compañeros de partido que no van a cambiar la única forma que conocen de hacer política.
Pero lo importante ya está dicho, y es evidente que el presidente Abinader está consciente de que quien le hable de reelección en estos momentos no es su amigo ni le está haciendo un favor sino todo lo contrario.